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Implicaciones del triunfo electoral de Petro

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Está plenamente justificada la desbordante alegría desatada a escala colombiana, latino-caribeña y mundial, externadas por las fuerzas partidarias de la libertad, la vida y la paz, ante la confirmación del difícil triunfo electoral de Gustavo Petro, Francia Márquez y el Pacto Histórico de Colombia.

Nadie con un mínimo de sensibilidad humana y amor por la libertad puede no celebrar en grande el desalojo de esa escoria criminal (mezcla de uribismo fascistoide, extrema derecha, narco-política, más oligarquía lacaya e inescrupulosa), del Palacio de Nariño y las estructuras gubernamentales.

Esa victoria –alimentada por una historia y un presente de resistencias y rebeldías heroicas- equivale a la derrota en las urnas de las fuerzas de extrema derecha y neofascista y su desplazamiento del gobierno; lo que marca un viraje político hacia una coyuntura más favorables para acumular fuerzas transformadoras y avanzar hacia victorias más trascendentes.

No se ha ganado la pelea, solo un importante round.

De todas maneras se trata de un hito democrático en la prolongada historia de sufrimientos y penurias para el pueblo colombiano, precedido de las luchas libradas contra las grotescas violaciones a los acuerdos de paz y de la reciente insurrección sin armas provocada por la masacre ejecutada por el nefasto Gobierno de Iván Duque  durante la huelga general del 2019.

En ese heroico capítulo, todavía inconcluso en tanto entonces no fue posible  resquebrajar las estructuras de poder y el Estado narco-terrorista (satélite de EE.UU e intervenido por el Pentágono, el pueblo urbano terminó de perder el miedo. Los “nadie” se convirtieron en sujetos de cambio al politizarse los movimientos sociales, llegando a reclamar multitudinariamente la destitución de Duque.

Sin esa epopeya el Pacto Histórico no hubiera alcanzado este triunfo electoral de Petro.

Ella convirtió en bagazo despreciado por la mayoría del pueblo a los autores de 60 años de guerra sucia y más de 180 de malos gobiernos.

El regocijo por lo que implica como logro de significativo valor político desplazar del gobierno las bestias que administraban ese Estado, no debe obviar que en las condiciones colombianas el curso electoral del cambio político, limita el alcance del mismo y resta la profundidad necesaria.

También lo limita el predominio de una visión liberal-reformista combinada con socialdemocracia moderada, centrista o centro-izquierdista, del grupo hegemónico del PACTO HISTÓRICO y sobre todo del propio Gustavo Petro. Y esto no lo digo en tono denigrante, sino esforzándome por hablar con apego a la verdad y sin menospreciar el impacto positivo de ese cambio político en la actual sociedad.

Esas realidades, por demás, tienden afectar el potencial reformador del nuevo gobierno en un país en el que predomina el presidencialismo a nivel institucional y en el que el resto de las instituciones (electivas y permanentes) están infectadas de todo lo que representó la execrable facción perdedora en estas elecciones, en tanto fuerza política, social, militar y paramilitar con fuerte apoyo internacional.

Hay que decir las cosas como son y no exagerar: el presidente electo no representa el marxismo, ni posiciones de izquierda revolucionaria, como dicen algunos; dejándose llevar por los calificativos interesados de las derechas y las cadenas imperialistas.

Su izquierdismo, su antiimperialismo, hace tiempo quedaron atrás.

Sus valores se refieren a las libertades, a la lucha contra la corrupción y los crímenes de Estado y al combate de las discriminaciones relevantes.

Petro, como presidente electo, en tono conciliador, anunció su disposición a entenderse con esa ultraderecha y su fuerte componente neofascista, que por ese medio nunca han entrado en razones ni cedido a sus despropósitos; destacándose siempre como persistentes enemigos de la paz.

Incluso desde hace tiempo, desde sus diferentes roles políticos, Petro ha establecido puentes con sectores del poder estadounidense y ciertas elites oligárquicas.

Mientras tanto Biden y el gobierno de EEUU -luego de haberse comprometido durante décadas con el Estado terrorista colombiano- no esconde su interés de “reforzar” las relaciones con el nuevo gobierno; lo que jamás implicaría dejar de intervenir, tutelar y usar a Colombia como plataforma de agresión militar contra otros países soberanos de la región y de cara a una eventual conquista de la Amazonía por la fuerza.

Y Petro no habla de recuperar soberanía, ni toca los peliagudos temas de las bases militares gringas y la brigada de tropas especiales estadounidenses radicadas en territorio colombiano.

Además, luego de anunciar nuevos impuestos a las grandes ganancias capitalistas, tampoco hay señales claras de hasta dónde y en qué grado va enfrentar y/o revertir las contra-reformas neoliberales.

Claro que Petro es diferente en sentido positivo al uribismo y a la extrema derecha criminal: en materia de corrupción y narco-corrupción, en vocación democrática liberal; en política ambiental, en la cuestión de género, el tema racial y otras vertientes. Y esto en Colombia podría ser importante para abrir contradicciones y determinadas compuertas hacia cambios más profundos.

Claro que en el Pacto Histórico hay fuerzas sociales y políticas situadas a la izquierda de Petro y en la sociedad colombiana existen no pocos factores políticos-sociales con voluntad transformadora, como lo evidenciaron las recientes paralizaciones y estremecedoras protestas populares. Hay liderazgos populares más definidos en dirección transformadora como el de Francia Márquez.

Pero lo más difícil y complejo de todo, es que dada la vía de acceso institucional, el nuevo Gobierno va a estar  entrampado dentro un Estado narco-terrorista amarrado militarmente por el Comando Sur del Pentágono de EEUU. Una especie de camisa de fuerza que es preciso desgarrar para realizar los cambios estructurales que exige la presente crisis sistémica.

Y no solo, sino además frente desafíos y obstáculos tan fuertes e ineludibles como la necesidad de recuperar la soberanía y dejar de ser satélite de EEUU, definir una política exterior al margen de la Casa Blanca, eliminar el paramilitarismo, transformar unas Fuerzas Armadas y una Policía curtidas en el crimen, superar escandalosos niveles de pobreza y desigualdad, concertar con fuerzas insurgentes (ELN y FARC-EP (Nueva Marquetalia) no proclives a claudicar y no defraudar las esperanzas desatadas.

Pienso que la clave para avanzar en tan compleja  situación está en que las fuerzas más radicales o avanzadas del PACTO HISTÓRICO y de la sociedad, no pierdan su independencia y sepan emplear su enorme capacidad de convocatoria y movilización para asumir los mencionados desafíos y seguir exigiendo por todas las vías los cambios estructurales imprescindibles para  transformar a Colombia; derrotando previamente tanto las conspiraciones y contra-ofensivas de las derechas como la vacilaciones al interior de las fuerzas que lograron vencerlas electoralmente.

Parece que no hay de otra en lo inmediato, reconociendo el derecho y la necesidad de los actores más moderados de este cambio político a avanzar en el contexto de las contradicciones y enfrentamientos venideros con las fuerzas que impusieron durante décadas una dominación tan cruel.

Definitivamente la vía de las transformaciones revolucionarias a favor de la liberación de las clases y sectores explotados, excluidos y discriminados, no es simplemente electoral.

Es una combinación de rutas con un componente de rebeldía popular transformadora que logre abolir la vieja e injusta sociedad y crear la nueva con alto grado de solidaridad humana y liberación social.

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