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Debemos rescatar la cortesía

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Por: Ramón Antonio Veras. 

Desde el momento que una sociedad humana se deteriora, se observa en ella la forma negativa de sus integrantes actuar, sin tomar en cuenta el lugar que ocupan desde el punto de vista de clase social.

En el caso específico de la República Dominicana, el agrietamiento social se expresa, no solamente en la degradación ética y moral, sino también en cuestiones que no requieren esfuerzo alguno entender.

Cada día la realidad dominicana nos enseña que no hay que hacer mucho esfuerzo para comprender que da lo mismo tratar con la persona rústica que con la educada. Es notoria la igualdad entre el patán y el fino.

Hace tiempo que aquí desapareció el ciudadano y la ciudadana que en sus relaciones con los demás toman en cuenta los pequeños detalles que demuestran delicadeza.

En el orden del buen trato, actuar con elegancia es cuestión del pasado, porque la generalidad de los nuestros se siente muy bien actuando fuera de norma, algo así como a la brigandina.

Está resultando algo muy difícil para dominicanos y dominicanas, obrar dando prueba de ser amables, enseñar que conocen algo de elegancia ante la persona con la cual comparten. La tosquedad se ha impuesto al refinamiento.

Una persona procede con cortesía dependiendo de su formación, de la educación que ha recibido, pero ocurre que en nuestro medio se da el caso de que individuos que han recibido una instrucción exquisita, al parecer no la asimilaron bien, o entendieron mal lo que les enseñaron.

Lamentablemente, nos estamos moviendo en una sociedad en la cual los buenos modales, las buenas formas y la civilidad de altura ya no cuentan. Para muchos comunitarios el hombre ceremonioso, no es más que un añejado con finura de un alejado pasado.

Ser caballeroso ya resulta tan extraño, que la persona correcta es la excepción, porque con quien a diario compartimos es con ese rudo que llama la atención por su accionar maleducado. El comedido está llamado a ser considerado como un carajo que adopta gestos remilgados.

El ser humano formado para el decente vivir, se nota por lo minucioso que es ante una atención de que es objeto, la alegría que demuestra al momento de ser reciprocado con un gesto de cortesía. La persona que hace las cosas a conciencia, con sumo cuidado, es señal de ser   reflexiva.

Con nuestros infantes hay que recobrar la gentileza que bien hace sentir a quien se interesa para que los demás se consideren agraciados.  La cordialidad debe ser correspondida con suma efusividad, jamás con desabrimiento.

Se hace necesario que en las escuelas del país se haga hincapié en el proceder con estilo, en el modo de hablar y de comportarse. La peculiaridad, los buenos hábitos identifican al ciudadano preparado para el decente vivir en una sociedad civilizada.

La sociabilidad perdida hay que recuperarla motivando a la niñez para que en la adultez dé demostración de que durante su permanencia en la escuela y en el hogar, aprendió a compartir en un ambiente civilizado. Si se logra la civilidad, no florece la grosería   que ahora está presente como cultura nacional.

Hay que hacer desaparecer del proceder de los dominicanos y dominicanas, el hecho de abrigar resentimientos sin darlos a conocer, que es lo que ha hecho posible que cada quien se mantenga angustiado, y no se alegra ni con las más afectuosas deferencias.

a correspondencia mutua entre dos personas transmite sentimientos simultáneos. El intercambio de los buenos deseos es muestra de correlativas atenciones que con agrado llegan al corazón. Hay que cultivar el intercambio sincero de afectos.

 En lo absoluto, nadie puede considerarse merecedor exclusivo del respeto y la consideración de sus conciudadanos. A cada quien hay que darle la reputación que tiene acreditada.

 El abrazo, el saludo cariñoso debe ser devuelto con el mismo afecto que fue entregado. Hay que acostumbrarse a regresar al otro el gesto efusivo que otorgó. Es bien aceptado el trato esplendoroso del amigo o amiga.

 Por encima de los vicios sociales que han dañado a la sociedad dominicana, hay que darle prueba de cariño a la amiga o al amigo, como signo de materializar la relación cordial expresada en la fraternización, acompañada del calor humano que demuestra calidez.

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