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El papa y las armas nucleares

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Por: Ramón Antonio Veras. 

II.- El papa Francisco  y el desarme  

Me he sentido vivamente motivado a abordar el tema de la conveniencia de la paz y lo dañino de la guerra, porque recientemente el papa Francisco, con motivo de cumplirse el 75 aniversario del bombardeo nuclear de Hiroshima, declaró que “para conseguir la paz hay que destruir las armas nucleares”.

La humanidad entera debe aplaudir la posición asumida por el máximo representante de la Iglesia Católica, al precisar que nunca ha estado más claro que, para que la paz florezca, es necesario que todos los pueblos depongan las armas de guerra y especialmente las más poderosas y destructivas: “las armas nucleares que pueden paralizar y destruir ciudades enteras, países enteros”.

La actitud asumida por el papa Francisco, merece ser defendida por pueblos y gobiernos que consideran adecuado al sano desarrollo, una política internacional que descanse en el respeto mutuo para conseguir el progreso social nacional e independiente.

Lo expresado por el papa Francisco, lo debemos celebrar quienes creemos que el mundo debe guiarse por la distensión, que lleva a la coexistencia pacífica y a la cooperación entre estados con diferente régimen social.

La voz del líder de la Iglesia Católica, se suma hoy a las de poderosas fuerzas de los movimientos progresistas y de liberación nacional, a organizaciones y frentes de masas; de trabajadores, feministas, intelectuales, ecologistas, etc., que han empuñado la bandera contra la carrera armamentista, la guerra y defensa de la paz mundial.

Son sumamente alentadoras las palabras del papa Francisco, en una coyuntura como la actual en la cual el máximo representante del imperio, hace todo lo posible para disminuir las posibilidades de una hecatombe nuclear.

La posición del papa Francisco, está dentro de la política que procura la paz y se enmarca dentro de la  de los gobernantes que creen en las relaciones internacionales basadas en la distensión,   y cuadra con la de los países que luchan por afianzar la democracia y  llegar a la liberación nacional.

Estamos obligados, como lo plantea el papa Francisco, a evitar la guerra porque la explotación de la primera bomba atómica podría provocar la reacción en cadena político-militar y hacer explosionar todos los medios nucleares.

Precisamente, cuando el papa Francisco, habla de que todos los pueblos depongan las armas de guerra, y en especial las nucleares, lo que plantea es el cese de la carrera armamentista y el desarme nuclear.

Es saludable, siguiendo la preocupación del para Francisco, que las grandes potencias militares formalicen acuerdos en el sentido de que jamás utilizarán las armas nucleares contra los países que renuncian a su producción y tampoco la poseen en sus territorios.

Aunque no es fácil eliminar completamente las acciones guerreristas, con optimismo hay que, igual que el papa Francisco, hacer los mayores esfuerzos para que prevalezca la paz mundial.

Las dos guerras mundiales que azotaron la tierra en el siglo XX y que segaron la vida de más de 70 millones de personas, dejaron una profunda huella en la memoria de seres humanos como el papa.

Todas aquellas personas que de diferentes formas inciden en el quehacer político, no deben ser indiferentes ante los destinos de los pueblos y los problemas que generan los aprestos de guerras, sin importar que sea mundial, regional o de rapiña.

Los luchadores sociales y por la más amplia democracia, desean que cada pueblo disfrute en paz del fruto de su trabajo, bajo un sistema social humanista que evite las guerras colonialistas que tienen por objetivo apoderarse de recursos naturales, territorios e imponer gobiernos impopulares.

Los guerreristas mantienen a la humanidad en tensión y en estado de guerra, reprimiendo por la violencia al movimiento liberador, impidiendo el desarrollo libre e independiente de estados que eligen el camino progresista para avanzar.

Con la actual técnica y tecnología de guerra, el enfrentamiento armado de las grandes potencias capitalistas conduciría a la desaparición de la civilización contemporánea. Por tanto, los pueblos están en la obligación de nulificar las posibilidades de una guerra que solo traería beneficios económicos a los capitalistas de las armas, y muertes a las masas populares.

Una confrontación mundial puede producir una transformación social, pero los verdaderos luchadores por la renovación de las sociedades atrasadas, nunca les ha sido indiferente el precio que se paga en vidas humanas por esa forma de cambios sociales. Las masas populares no necesitan de guerras económicas para lograr su liberación, porque ellas confían en sus propias fuerzas.

Las revoluciones motorizadas por las masas suceden donde y cuando surgen las condiciones socioeconómicas y políticas para romper las cadenas impuestas por el capitalismo. Es decir, sin necesidad de que ocurran guerras para el negocio de las armas. El camino de la justicia social no debe ser abierto con bombas nucleares.

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