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Un lago moribundo y sin dolientes

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Por Natanael Santos

El lago de la presa de Sabaneta es el paisaje que me regala Dios cada amanecer, un privilegio que quisiera que permanezca para mis hijos y nietos. Pero creo que no será posible, ya que su sedimentación acelerada, que debería ser la principal preocupación de agricultores y ambientalistas de San Juan y del sur, lo mata lentamente. Sin deudos que lo lloren, ni amigos que acarren su cadáver a la tumba.

La presa de Sabaneta fue construida con una capacidad de almacenamiento de 78.0 hectómetros cúbicos (Hm³) de agua, equivalente a 78 millones de metros cúbicos. Actualmente, este recurso ha perdido su valor productivo, tanto agrícola como energético, y nadie parece estar preocupado por esta situación.

Según un estudio publicado en el periódico Listín Diario, realizado por el Ing. Augusto Rodríguez Gallard, experto en Geotécnica, en 1999 la capacidad real de almacenamiento era de 61.26 Hm³. Para el 2021, se había reducido a 33.60 Hm³, lo que implica una pérdida de más de la mitad de su capacidad de diseño. La cuenca de la presa, de 464 km², se degrada a un ritmo de 2,395 metros cúbicos por kilómetro cuadrado al año, una situación que debería generar gran preocupación.

El lago muere sin dolientes. Aquellos que deberían estar preocupados se dedican a discursear sobre asuntos que no conocen, considerándose expertos en minería responsable.

He reiterado en varios escritos el gran descuido en las cuencas media y alta del río San Juan. La deforestación, la conservación del suelo, la contaminación con pesticidas y el conuquismo han derivado en la erosión acelerada de la presa y la contaminación química de sus aguas. Estos asuntos tampoco parecen importar a nadie.

Los hábitos de producción en la cuenca alta del río San Juan no son ambientalmente sostenibles, y ninguna institución parece preocuparse por esta situación. Mientras tanto, los ambientalistas de alquiler del senador y otros pseudo-líderes de San Juan prenden velas y buscan vigencia frente a las cámaras, especulando y profetizando que la culpa de la muerte económica del valle recae en quienes buscan evaluar la explotación sostenible de una mina.

Están dejando morir el lago, sin mostrar la más mínima preocupación. La lucha por un dragado técnicamente correcto que prolongue su vida útil no les interesa, ni la deforestación, la contaminación, o la reducción de la capacidad de almacenamiento de agua.

Creo firmemente en la necesidad de un debate técnico-científico sobre la situación ambiental y socioeconómica del valle y su gente, sin fanatismos. La respuesta debe ser unir voluntades y experiencia para buscar soluciones reales y efectivas, con objetividad, sin prejuicios ni especulaciones, identificando los problemas y motivándonos para resolverlos juntos.

La fragilidad del ecosistema montañoso de la zona no espera y no está necesariamente vinculada a la explotación minera; ya está presente por la falta de acción de quienes deben cuidar la flora y la fauna de esas áreas, y por no controlar oportunamente los incendios forestales causados por el conuquismo descontrolado.

En estos tiempos, deberíamos estar buscando alternativas sostenibles de desarrollo con las autoridades locales y planificando el uso de los recursos generados por posibles operaciones mineras, con inversiones que impacten la sostenibilidad y calidad de vida de la gente. En lugar de eso, perdemos el tiempo en una confrontación estéril con los promotores del desarrollo minero, que eventualmente serán autorizados a realizar el estudio ambiental del proyecto.

Los inquietos deben preocuparse por salvar el valle, salvando el lago de la presa de Sabaneta, evitando su sedimentación acelerada y trabajando en una repoblación forestal que reduzca la erosión de los suelos montañosos, que pone en peligro la vida útil del lago. Esta debería ser la verdadera preocupación de todos.

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