Con el Domingo de Ramos comienza la Semana Santa. En este día se recuerda la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén en medio de una multitud que lo aclamó como el Mesías.
Este acontecimiento se puede leer en el Evangelio de San Marcos, donde se anuncia su Pasión.
La primera tradición litúrgica de este día corresponde a la de Jerusalén. En ella recordamos el gesto profético de Jesús que ingresa como Rey de paz, y el Mesías que fue aclamado y después condenado para el cumplimiento de las profecías.
En el Evangelio de San Mateo se narra que la gente alfombraba el camino por el que pasaría Cristo y gritaba: «Bendito el que viene como Rey en nombre del Señor. Paz en el cielo y gloria en lo alto».
Las ceremonias principales del día son la bendición de las palmas, la procesión, la Misa, y durante la Misa, el relato de la Pasión.
Los fieles que participan en la procesión, que data del siglo IV en Jerusalén, deben llevar en las manos ramos de palma, olivos u otros árboles, y entonar cantos adecuados. Los sacerdotes y los ministros, llevando también ramos, deben ir delante del pueblo en el procesional.
No hay que olvidar que la bendición de los ramos y palmas tiene lugar antes de la procesión y que se debe instruir a los fieles cristianos a que conserven en sus casas, junto a las cruces o cuadros religiosos que hay en los hogares, los ramos bendecidos como recuerdo de la victoria pascual del Señor Jesús.
La segunda tradición litúrgica es la de Roma, la cual nos invita a entrar conscientemente en la Semana Santa de la Pasión gloriosa y amorosa de Cristo, anticipando la proclamación del misterio en el Evangelio de Mateo (26:14–27:66).
Para el bien espiritual de los fieles, conviene que se lea por entero la narración de la Pasión y que no se omitan las lecturas que la preceden. Terminada la lectura de la Pasión no debe omitirse la homilía.