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Exámenes sin burocracia académica

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Exámenes sin burocracia académica
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Nunc a podr é olvidar a Rosa Rodríguez. (Rosita, como cariñosamente le decían sus compañeros de promoción). Cuando recorrímos el país en busca del orgullo colectivo, la cita para la partida skills en el Listín a las 6.00 am. Pero Rosa algunas veces llegaba tarde por su ubicación domiciliaria. Un amanecer decidí darle una bola en mi vehículo. Las primeras recogidas fueron tensas. Su mamá no vio mí al mentor que solo buscaba el bien de su hija. Incluso, la primera vez, no me abrió la puerta. Rosita estaba lista, pero ella le impedía subir a mi vehículo. A regañadientes la joven se impuso. La segunda ocasión, la distinguida señora me abordó. Reclamaba mis intenciones con su hija. Ningun hombre “decente” iba a recoger en un vehículo a una muchacha antes del amanecer. Poco a poco y gracias a sus propios colegas de promoción que supieron llegar al corazón de aquella madre preocuada, pude sacar a la luz el único propósito que perseguía con aquellas recogidas a destiempo.

La joven Maria Luisa López me regaló su gratitud. Iba a buscarla en mi vehículo pues residíamos cerca. Ella me sacó a bailar Dembow por primera vez delante de todos los Periodistas por un Año en un viaje inolvidable a Baní, donde me excedí contra unos parroquianos que, alcoholizados, miraban a las pasantes con doble intención. Hoy encuentro a María Luisa con su pequeña niña en el Supérmercado y la felicidad de ambas me contagia. Sin embargo, ella casi no integra el programa. Sus calificaciones no eran muy tentadoras que digamos. Aposté por ella como por Coralis Orbe, otra joven de aquel grupo inolvidable que pasó la prueba de fuego del Listín dando lo mejor de sí, Obtuvo su maestría presencial en España y hoy integra la dirección del Listín. En el caso de Maria Luisa, recibí una lección. Sus problemas de horario laboral chocaban con sus estudios. A mis oídos llegó su inminente renuncia académica. Organicé una colecta y le comuniqué que le entregaría el efectivo como apoyo colectivo para que no abandonara sus estudios. Ella rechazó la iniciativa. Me hizo devolver lo recaudado. No abandonó ni sus estudios, ni la pasantía. A estas alturas todavíano me ha dicho como hizo posible ese milagro.

Grisell Medina es una gran profesional. En una de nuestras reuniones habituales me sorprendió con una hermosa camisa de mi talla que un ladrón de poca monta hurtó de mi tendedera. Traía en su mirada la dimensión del nuevo periodismo. A pesar de mi afecto, ella no podrá olvidar el día en que nuestro transporte la dejó olvidada en un paraje lejano. Estaba furiosa, tensa, y no sé si a estas alturas ha logrado perdonar mi descuido. Angely Moreno, fue la primera pasante ubicada en la sección de Deportes del Listín, atendiendo a su propia solicitud. Hasta el director, Miguel Franjul, se asombró de su decisión de hacer su pasantía en una sección de poca presencia femenina. A Carla Sánchez la veo casi siempre, pues trabaja en las cercanías del lugar donde suelo hacer mis compras. Siempre correrá por mis venas su sangre generosa y desinteresada, la cual me devolvió al mundo de los vivos después de mi recaída. Con Indhira Suero volví a mis tiempos inciales del Listín, cuando tuve la oportunidad de trabajar con periodistas consagradas que sabían lo que tenían que hacer sin pedir permiso. Ella misma traía los temas cada semana, además de su columna “La negrita comecoco”, la más leída de Ventana. Ganó la beca Fullbrgith de Estados Unidos y tuvo el coraje de no emigrar. Regresó al país “a guayar la yuca”.

Laura Peralta, Winder Soto, Katheryn Luna, Melbin Gómez, Orquídea Martínez, Melvin Julio Mateo y Juan H. Thomas, siempre vivirán como modelos de profesionales triunfadores. Anaís Gil hoy es madre y empresaria. Me invitó a degustar un inolvidable menú coreano.

Por último, Orlando Jerez siempre me procuraba con sinceridad. Me regaló un final poco conocido. En las Dunas de Baní, todos los PPA se lanzaron, felices, por montañas de enviornment, como tablas de surf. Orlando repetía la impronta una y otra vez. Aquella escapada fue un acto de libertad infnita. En una de sus bajadas, su móvil quedó oculto por la enviornment y tras una hora de búsqueda, lo dio por perdido. Solo que antes del regreso, un guardaparques se nos acercó con el equipo de Orlando en sus manos,. Él, rebozante de gratitud, me miró para que le entregada alguna recompensa a su benefactor. Mis bolsillos estaban vacíos, pero en mi bulto ondeaba un mango Keith de proporciones apreciables que no vacilé entregar al hombre por su hallazgo. El guardaparques miró la fruta, la tomó en sus manos y por breves segundos comprobó la sinceridad de mis ojos. Pero los pasantes se rieron a más no poder ante aquel retrato que dibujé al desgaire frente al desinterado agente que cambió la tecnología por el dulzor de una fruta caída del cielo.

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