Una amenaza repentina a nuestro bienestar como una discusión agresiva, un intento de robo o una situación de violencia, ponen en juego un complejo entramado en el cerebro para reaccionar ante el miedo que genera un escenario excepcional.
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¿Cómo reacciona el cerebro cuando sentimos que nuestra vida o la de nuestros seres queridos están en peligro? Infobae consultó a tres expertos para conocer qué ocurre en la mente y el cuerpo ante una amenaza a la propia integridad y todos los factores que influyen a la hora de “huir” o “luchar”.
El doctor Juan Eduardo Tesone, médico UBA, psicoanalista de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA) y médico psiquiatra de la Universidad de París, explicó a Infobae: “Cuando nuestra vida está en peligro, es imposible prever la reacción que uno puede tener. Lo más lógico es que uno tenga una reacción defensiva, después habrá que evaluar si esta acción defensiva fue excesiva o se justifica. Esto ya es evaluación, caso por caso”, señaló.
Por su parte, el doctor Ricardo A. Rubinstein, médico psicoanalista, y miembro titular en función didáctica APA, describió a Infobae: “Frente a un peligro o amenaza hay tres reacciones posibles a nivel psicológico: la fuga, la lucha o la parálisis”.
“Estas dependen de un conjunto de factores que son evaluados muy rápidamente por el sujeto, conciente e inconcientemente, teniendo en cuenta, por ejemplo, la magnitud de la amenaza, recursos, oportunidad de atacar, etc. Es decir, se evalúan las fuerzas en juego que le permitirá decidir las mejores opciones. Esta es una respuesta que también existe en los animales, es de la especie”, explicó Rubinstein.
Y agregó: “Otros factores que inciden en la reacción son el tiempo o el factor sorpresa que deja al sujeto más expuesto ante el peligro. Esto puede generar una reacción freezing, que es quedarse paralizados”.
Además, a nivel corporal ocurren muchas reacciones. Rubinstein explicó: “Se segregan aminas endógenas, adrenalina, que preparan al corazón, a los músculos y a todo el organismo para la lucha o la fuga. Todo esto ocurre a nivel biológico”.
Sin embargo, la reacción de las personas variará en función de su experiencia (si ha sido víctima o no ya de algún delito) la personalidad o el equilibrio emocional.
Rubinstein señaló: “También influye la historia del individuo. Teniendo en cuenta todo este background será cómo va reaccionar. Todo ese conjunto de cosas determinan cómo actúa una persona ante la amenaza, ya sea a su vida, a su integridad -propia o de sus seres queridos- a su patrimonio, etc.”
¿Qué le pasa al cuerpo cuando nos asustamos?
El mecanismo que desencadena el miedo se encuentra en el cerebro reptiliano, que regula acciones esenciales, como comer o respirar, y en el sistema límbico, que regula las emociones y las funciones de conservación del individuo.
La amígdala, incluida en este sistema, analiza en todo momento la información que recibe a través de los sentidos. Cuando detecta una amenaza o peligro, desata los sentimientos de miedo y ansiedad.
La amígdala despierta la respuesta del hipotálamo, la pituitaria y la glándula adrenal que liberan hormonas y neurotransmisores. Estas sustancias que produce nuestro cerebro ante el miedo tienen el objetivo de prepararnos para una posible acción muscular violenta: huir o pelear.
Esto es lo que hace nuestro cuerpo como respuesta:
– Más oxígeno. La función pulmonar y cardíaca se aceleran para llevar el oxígeno a todos los músculos.
– Más sangre. Los vasos sanguíneos se contraen en muchas partes del cuerpo, por eso podemos empalidecer o ponernos colorados.
– La digestión se frena. La función estomacal y del intestino alto se inhibe, hasta el punto en que la digestión se ralentiza o incluso se detiene.
– Esfínteres sin control. Se ven afectados de forma general, causando en ocasiones algunas pérdidas.
–Se inhiben las glándulas lagrimales y las que producen saliva, así que se se nos puede secar la boca.
-Dilatación de las pupilas, visión con efecto túnel y pérdida de audición. Por eso en una situación amenazante no vemos ni oímos prácticamente nada más que lo que nos está atemorizando.
Del miedo a la fobia
Tesone explicó que existen tres componentes en el temor:
– Componente intrapsíquico: pueden ser conflictos internos de larga data
– Componente intrasubjetivo: es un vínculo con otra persona, por ejemplo, una persona maltratada que puede tener temor de la violencia del otro
– Componente transubjetivo: que es el temor que podemos tener todos de lo que está ocurriendo en la sociedad.
En diálogo con Infobae, Tesone señaló que “el miedo puede ser algo útil y necesario. Por ejemplo, si uno tiene que cruzar la avenida 9 de julio y no funcionan los semáforos, que tenga temor es una angustia útil porque nos pone en alerta y nos permite atravesar con prudencia una calle donde los semáforos no funcionan. Cuando el tenor de la angustia crece y es mayor, por el motivo que sea, esto tiene un efecto disruptivo en el psiquismo”.
“Este efecto es muy variable de acuerdo a las personas. Por ejemplo, un tren tiene un accidente y varias personas van en el mismo vagón. Esto va a tener un efecto disruptivo para todas las personas en el vagón. Después dependerá cómo cada uno cómo tramita este efecto que tuvo ese accidente y podrá elaborarlo solo o, eventualmente, se podrá enquistar en su psiquismo como un efecto traumático que seguirá teniendo un efecto deletéreo sobre la persona a veces durante mucho tiempo”, describió el médico psiquiatra.
A veces, la persona pone ese temor o angustia afuera, “por ejemplo, cuando no se los puede vivir internamente porque causa mucho dolor, se los pone en un objeto externo, y a esto se lo llama fobia”, describió.
“Algunas personas, por ejemplo, que no pueden tomar el subte o un avión, o que tiene dificultades para ir al cine porque hay mucho público. Obviamente, la persona no elige su fobia, sino que esta se impone a uno. Y por otro lado, va cambiando de objeto, por ejemplo, hay algunos métodos que intentan, por ejemplo, quitarle el temor a viajar en avión a algunas personas, y a lo mejor lo logran, pero lo consiguen respecto al avión, pero esa fobia después se desplaza hacia otro objeto. O sea, en realidad lo que hay que trabajar es el origen del temor, ver si es un temor lógico, como puede ser tomar ciertos cuidados actualmente respecto a la inseguridad, esto puede ser útil. Otra cosa es alguien que se queda totalmente paralizado, y por ejemplo, no puede salir de su casa. O sea, que esto depende de las circunstancias de cada persona”, afirmó Tesone.
El fenómeno de la reexperimentación
El problema a veces no termina en miedo exagerado o fobias. Las consecuencias de un hecho violento pueden ser mayores. La licenciada Gabriela Martínez Castro, psicóloga especialista en trastornos de ansiedad, directora del CEETA, Centro de Estudio Especializado en Trastornos de Ansiedad, explicó a Infobae que “luego de un trauma, el sujeto puede presentar el fenómeno de la reexperimentación, es decir, vuelve a experimentar la situación traumática, con todos los sentidos, tal como si la estuviera viviendo, no recordando, sino reviviéndola. La persona se comporta como si estuviera en el momento del acontecimiento, cuando en realidad, no lo está”.
Además, la persona afectada puede evitar exponerse a estímulos asociados al episodio. “Sufre de embotamiento afectivo, ya no responde afectivamente como solía hacerlo, está como anestesiada. Aparece también la incapacidad para recordar determinados episodios del trauma; una reducción del interés en las actividades de la vida cotidiana; la sensación de desapego afectivo frente a los demás; la sensación de un futuro desolador; dificultades para conciliar o mantener el sueño; irritabilidad o ataques de ira; problemas para concentrarse y memorizar respuestas y sobresalto emocional (se asustan fácilmente)”, describió la psicóloga.
El estrés postraumático sucede, según explicó la licenciada Gabriela Martínez Castro, “Luego de un acontecimiento traumático donde se ha puesto en peligro la vida del individuo o ha presenciado una situación de riesgo que lo lleva a revivir en cualquier momento del día el episodio con todos los sentidos”, aseguró.
Las alteraciones pueden aparecer al mes del episodio traumático, y hasta demorar 6 meses en su aparición.
La directora de CEETA afirmó que “todos estos trastornos se pueden recuperar con un tratamiento específico de terapia cognitivo-conductual (TCC) y la posible aplicación de medicación, en caso de ser necesario”.