“Te has puesto lencería verde”. Este mensaje le llegó a una mujer de 34 años de su expareja, de la que se había separado tras una relación tóxica. La víctima no podía entender cómo el hombre conocía ese detalle. Asustada, lo comentó a su familia, que no dio crédito a sus sospechas, inicialmente, y lo atribuyó a una casualidad. Pero los mensajes con información personal que su expareja no debía conocer continuaron. Finalmente, descubrieron que el acosador tenía controlados todos los programas de mensajería y todos los dispositivos de la víctima, hasta las cámaras y micrófonos. “Fue el primer caso que nos llegó hace siete años a Stop Violencia de Género”, recuerda su presidenta, Encarnación Iglesias. Desde entonces, en colaboración con una veintena de empresas tecnológicas que conforman una alianza contra el stalkerware, entre las que figuran la Fundación Fronteras Electrónicas (EFF, por sus siglas en inglés) y Kaspersky, y que cuenta con el apoyo de la Interpol, no han parado de recibir casos. “Es espionaje, no le pongamos nombres raros”, advierte Iglesias.