Casi todo el mundo sabe cómo se llama ese personaje de rostro como un puñal, mirada dura, pelo y barba blanca, vestido con una chaqueta azul, camisa blanca y moño rojo, que usa un sombrero de copa rodeado por una banda azul con estrellas. Que apunta al frente con su dedo índice mientras pide, o acaso exige, a todos los que se detengan frente a esa lámina coloreada que se unan al ejército de los Estados Unidos, porque él así lo ordena, lo reclama: el país los necesita. Imagen y nación se funden en esos trazos firmes, en el mensaje. La icónica figura, obra del dibujante James Montgomery Flagg, fue publicada por primera vez el 6 de julio de 1916 en la revista Leslie’s Weekly. Y un año después ya representaba a la identidad nacional.
Su nombre es Uncle Sam (Tío Sam en inglés), y se transformó en el apodo de todo un país. Pero no nació en un salón elegante de Filadelfia o de Boston, ni fue tampoco producto de la sesera de algún publicista. El apelativo surgió un siglo antes de tomar cuerpo en esa imagen, entre el barro, la sangre, la grasa y la piel de la carne de vaca y de cerdo, las maderas y los aros de hierro de los barriles en que se las envasaba, y un sonoro chiste entre los trabajadores de un matadero de Troy, un suburbio de Albany, la capital del estado de Nueva York.
El anuncio publicitario fue una de las piezas de marketing más eficaces de la historia. En 1917, del póster del “Tío Sam” se hicieron cuatro millones de copias, que se distribuyeron para la campaña de reclutamiento de las tropas norteamericanas que irían a combatir en la Primera Guerra Mundial. Para componer el cartel, Flagg se inspiró en la que utilizaron los británicos unos años antes, con el mismo fin y para esa misma contienda. En Inglaterra, como modelo usaron el rostro redondo y los rotundos mostachos del secretario de guerra Lord Herbert Kirtchener, alguien que Margaret Tennant, la esposa del primer ministro Herbert Asquith, definió con exquisito humor inglés: “No se si es un gran hombre, pero sí que es un gran póster”.
En los Estados Unidos, Flagg adaptó, a su vez, la ilustración del prototipo original, creado por Thomas Nast hacia 1870. Le frunció el ceño, lo endureció. Pero el nombre -”Uncle Sam”-, ya existía. No fue un militar, ni un estadista, ni un filósofo: “Uncle Sam” era el apodo de uno de los dueños del matadero de Troy, Samuel Wilson. Posiblemente, “el rey de la carne” norteamericano de los primeros años del siglo XIX.
Samuel Wilson nació el 13 de septiembre de 1766 en West Cambridge (hoy Arlington) en el estado de Massachusetts. Es decir, tenía diez años cuando los Estados Unidos se independizaron del Reino Unido. Sus padres fueron Edward Wilson, nacido el 6 de julio de 1734, y Lucy Francis de Medford. Cinco años antes que a Samuel, tuvieron a Ebenezer. La familia se mudó en 1780 a Mason, en New Hampshire, y luego se afincaron en Troy, en el estado de Nueva York. Desde muy jóvenes, los hermanos Ebenezer y Samuel se dedicaron al comercio como carniceros y matarifes. Según escribió el historiador Albert Matthews (1860-1946) en su libro “Uncle Sam” para la American Antiquarian Society, en septiembre de 1805 ya eran importantes. Lo certifica un anuncio que apareció en los periódicos de Troy y rezaba lo siguiente:
“Matanza y envasado:
Los abajo firmantes, que disponen de dos grandes y cómodos mataderos, se complacen en informar a sus clientes y a otras personas que podrán matar, despiezar y envasar 150 cabezas de ganado al día y se comprometen a atender a quienes les soliciten sus servicios en las condiciones más económicas que puedan obtenerse en el Estado. Tienen a mano un gran suministro de barriles y sal, de los que dispondrán en las condiciones más económicas. Todos aquellos que se vean en la necesidad de esperar 24 horas a que su ganado sea sacrificado, tendrán pastoreo gratuito.
E. & S. Wilson”
Pero si bien “Uncle Sam” ya era un prominente comerciante en esa época, el origen del apodo de los Estados Unidos se ubica hacia 1812. Ese año, la recién nacida nación entró en una nueva guerra con el Reino Unido. Habían pasado apenas 36 años desde la declaración de su independencia y dejar de ser colonia británica. Pero la Corona aún poseía una vasta extensión en Canadá, tenían una fuerte alianza con las tribus indígenas que ocupaban el centro del actual Estados Unidos y disputaba aún algunos territorios en el norte del nuevo país, como sectores de los estados de Michigan, Indiana, Ohio y Wisconsin. Eso les daba el control de la navegación en los Grandes Lagos. Además, durante las guerras napoleónicas, desde Londres intentaban impedir que los Estados Unidos comerciaran con Francia y las colonias que ese país tenía en Louisiana.
La chispa que encendió el conflicto fue la batalla de Tippecanoe en 1811. Allí los norteamericanos, en su expansión hacia el oeste, derrotaron a una coalición indígena al mando del cacique Tecumseh, que eran apoyados por Gran Bretaña. Esto motivó que al año siguiente, la guerra se declarara formalmente. A lo largo de dos años y medio, en siete batallas por tierra y mar, ambas naciones se enfrentaron, con el triunfo final de las fuerzas de los Estados Unidos. El último combate sucedió en Nueva Orléans, y las tropas norteamericanas obtuvieron la victoria al mando del general Andrew Jackson. Lo curioso es que poco antes, ambas naciones habían firmado en Bélgica el tratado de Gante para poner fin a las hostilidades. El pacto de no agresión, reafirmado el 17 de febrero de 1815, dejó las fronteras casi como estaban al inicio del conflicto, obligó a la devolución de prisioneros y al compromiso de zanjar nuevas diferencias por la vía diplomática. Pero la determinación de la joven nación para encarar el conflicto elevó la moral del pueblo norteamericano. Tan importante fue la contienda, que la letra del himno de ese país, llamado Star-Spangled Banner, fue escrita por el poeta Francis Scott Key en 1814, inspirado en el sitio británico a la ciudad de Baltimore, que culminó en un triunfo estadounidense. La primera estrofa hace referencia a que, entre el humo del Fuerte McHenry, los soldados aún podían divisar a su bandera flameando.
Ese ejército, en tiempos donde no existía la refrigeración, fue alimentado con carne de los hermanos Wilson. Ellos respondieron a un aviso del contratista que tenía el gobierno, llamado Elbert Anderson. Dice Matthews que Anderson lo publicó en 1812 en diarios de Albany, Troy y Nueva York: “Se recibirán propuestas por medio de las Oficinas de Correos de Albany y Nueva York, dirigidas al suscriptor, hasta el 25 de Octubre, por 2000 barriles de prime pork y 3000 barriles de prime beef, para ser entregados en los meses de enero, febrero, marzo y abril, en Waterford, Troy, Albany y Nueva York. Todo ello en barriles de roble blanco. No se aceptarán propuestas por menos de cien barriles. El 20 por ciento se pagará por adelantado en el momento de la ejecución del contrato, el 20 por ciento el primer día de enero, el 20 por ciento el primer día de marzo y el resto el primer día de mayo de 1813. El Contratista se reserva el privilegio de elegir su inspector en los condados en que se instalen las provisiones. Se dará preferencia a aquellos cuya reputación y seguridad aseguren el fiel cumplimiento de los términos del contrato”.
Dos de los inspectores fueron los hermanos Wilson, a quienes Anderson le compró una buena cantidad de provisiones. La carne, que era secada a la sal para su conservación (aquí se llama charqui, en los Estados Unidos jerky beef), era introducida en los barriles por un grupo de operarios. Todos esos barriles llevaban impresas las iniciales E.A – U.S. Las dos primeras por Elbert Anderson. Y las segundas, por el nombre del país: United States. Huelga aclarar que era una nación joven, y que la instrucción de quienes trabajaban en los mataderos era escasa, sino nula. Cuenta la historia que recoge Matthews que uno de ellos, anónimo, al ser preguntado por el significado de aquellas letras, dijo que no sabía, pero que suponía que era por “Elbert Anderson y Uncle Sam”, aludiendo al contratista y al matarife “Uncle Sam” Wilson. La broma, por esas razones misteriosas que hacen funcionar a algunas frases y a otras no, prendió y se diseminó: muchos de esos mismos trabajadores fueron reclutados más tarde y llevaron el equívoco a cada campamento militar, donde recibían la carne con agradecimiento.
La primera vez donde se usó la expresión “Uncle Sam” fue un año después del fin de la guerra, en 1816, en el libro “The Adventures of Uncle Sam in Search After His Lost Honor” (“Las aventuras del Tío Sam en busca de su honor perdido”), de Frederick Augustus Fidfaddy, que menciona a Samuel Wilson. Matthews lo niega, descree que ese sea el origen de la frase, o más bien cree que es una leyenda urbana, o que no se usó en el sentido que se le dió más adelante. Según explica, la primera vez que se menciona la historia de la confusión de la sigla en el barril es en las páginas 297 y 298 del Libro de la Armada, de John Frost, de 1842. Y se popularizó en el Diccionario de Americanismos de Bartlett de 1848. Pero además, para probar que está en lo cierto, Matthews hace referencia a la muerte de Samuel Wilson el 31 de julio de 1854 en su casa del número 76 de la calle Ferry, en Troy. Y reproduce el obituario del matarife. Allí se explica que además de vender carne, durante la guerra también se dedicó a la fabricación de ladrillos, a una destilería y a la ganadería en sus campos. También indica que prefería la forma de gobierno republicana, y que era parte del partido Demócrata, del que fue un miembro eminente que apoyó con énfasis al presidente Jackson. Con respecto a su religiosidad, dice que recién a los 60 años (que expresa como “tres veintenas de años”) se unió a la Iglesia Presbiteriana. Pero no hace referencia alguna -y tampoco en ninguno de los periódicos que Matthews consultó- a su famoso apodo. Sin embargo, la historia de las siglas “U.S” como “Uncle Sam” se impuso en el imaginario colectivo de los Estados Unidos.
Para que eso sucediera, fue clave el aporte del primer ilustrador que corporizó al Tío Sam. Este fue Thomas Nast, un caricaturista político que lo distanció de la imagen verdadera de Samuel Wilson. Le colocó barba blanca, el sombrero de copa, la chaqueta azul y largos pantalones rayados rojos y blancos. Años más tarde, Flagg lo endureció aún más para el propósito de preparar a los norteamericanos para la Primera Guerra Mundial. El aporte de Nast a la cultura popular de los Estados Unidos y mundial es decisivo: fue él quien, poco después, diseñó por primera vez a Papá Noel tal como lo conocemos hoy: rojo y blanco y con domicilio en el Polo Norte.
Finalmente, el 15 de septiembre de 1961, el Congreso norteamericano hizo oficial el homenaje a Wilson: “El Senado y la Cámara de Representantes resuelven que el Congreso reconozca a Uncle Sam Wilson de Troy, Nueva York, como el padre del símbolo nacional de los Estados Unidos, el Tío Sam”. Dos monumentos, en Arlington y el cementerio de Oakwoods, en Troy, lo recuerdan.
La memoria de “Uncle Sam” Wilson está a salvo. Quizás sea tiempo de pedir -aunque es posible muy tarde- un reconocimiento al verdadero autor del símbolo patrio: el desconocido trabajador que, con las manos grasientas y mientras echaba trozos de carne a un barril, tuvo la ocurrencia de confundir United States con Uncle Sam, y crear un símbolo patrio.