Cuando Ariel Sharon murió en enero de este año, ocho años después de un accidente cerebrovascular, probablemente había sobrevivido durante más tiempo de lo que habría sido el caso si hubiera vivido en cualquier otra parte del mundo.
Desde 2005 es ilegal en Israel apagar los aparatos de respiración asistida cuando una persona se está muriendo o no tiene esperanza de recuperación. El resultado es que un gran número de pacientes pasan años en terapia intensiva, muchos de ellos en estado inconsciente.
Después de sobrevivir a Auschwitz sólo para encontrarse a sí misma sin un hogar familiar después de la guerra, Hava, que tiene ahora 80 años, se hizo una promesa a sí misma.
Cuando creciera tendría a sus hijos de joven, les proporcionaría un hogar cálido y luego después de que se fueran de casa, ella y su esposo, Schmail, tendrían una segunda infancia y esta vez, sería más feliz.
Durante un tiempo lo fue, pero luego su marido desarrolló una enfermedad cardíaca y un día, a la edad de 71 años, se desplomó.
Durante los últimos 12 años ha permanecido en una cama en un hospital psiquiátrico reconvertido en las colinas en las afueras de Jerusalén.
Al igual que todos los otros pacientes aquí, él está en silencio con un gran tubo conectado a un orificio en la garganta que insufla aire en sus pulmones.
Soporte vital
Hava pasa seis horas al día a su lado. «Trato de hablar con él», me dice. «Le hago saber que no está solo».
Está inconsciente, pero ella piensa que la única voz que reconoce es la de ella. «Trato de mantenerlo con vida,» dice ella.
Algunos pacientes están apoyados en almohadas. Otros, los menos, se quedan mirando a la distancia, pero en su mayor parte cada sala contiene personas que se ven como si estuvieran durmiendo, de alguna manera suspendidos en el limbo entre la vida y la muerte.
En la sala de enfermería hay un monitor de circuito cerrado de televisión, donde los 20 pacientes se pueden ver en una pantalla y se ve muy poco movimiento, sólo personas dormidas.
En la mayoría de los países no existiría una sala como ésta. Los médicos y familias discutirían el estado del paciente y podrían haber tomado la decisión de apagar el ventilador de Schmail para permitir que muriese.
Pero desde 2005 esto es ilegal en Israel y se considera que es matar al paciente, incluso si ya se están muriendo.
La ley en Israel se adoptó por la tradición judía, pero hablando con las familias de otras religiones en el hospital de aquí, parece haberse convertido también en un punto de vista cultural.
Cuando entro en la sala de niños veo móviles de colores, frisos en la pared y los sonidos de canciones infantiles. Hay 22 niños aquí y se ve como cualquier otro pabellón infantil, salvo la ausencia de ruido.
Algunos de estos niños se salvaron de ahogarse, otros tuvieron accidentes casi fatales. Es como si se encontraran haciendo la siesta, con la excepción de que no despiertan. Y naturalmente, con los años crecen.
Me encuentro con Eli Cohen, cuya hija tenía sólo tres años cuando se ahogó con su propio vómito durante la noche privando a su cerebro de oxígeno.
Me dice que ella era una «chica muy, muy dulce», pero no hay muy pocas posibilidades de recuperación.
Cualquier acto que acelere la muerte está prohibido en la legislación israelí, por lo que es ilegal retirar el ventilador cuando el paciente se está muriendo incluso si eso supone aliviar su sufrimiento.
Ella tiene ahora 14 años y parece una adolescente. Sus hermanas la visitan todos los días para mantenerla al día con los acontecimientos de la familia.
Se encuentra en la cama con un respirador artificial y su movimiento es limitado. «No puede ni parpadear», dijo Eli. «Pero se mueve un poco».
«No sabemos lo que está pensando exactamente», me dice su padre. Como judio ultra-ortodoxo dice que él cree que lo que ha sucedido a ella debe haber ocurrido por una buena razón. «Pero incluso ahora me siento a su lado y lloro», dice.
Durante este tiempo, Eli y su familia han visitado el pabellón con regularidad, contandole sobre sus vidas y trayendo noticias del mundo exterior.
Aparte de cualquier cambio en su condición, su hija ha progresado, pasando de ser una niña a una adolescente. En cuatro años será una mujer joven y será trasladada a la sala de adultos.
A su lado
Los médicos parecen alentar un sentido de esperanza. Uno me dice: «La esperanza de que se produzca un milagro es un rasgo fundamental del ser humano».
Estoy mirando alrededor de la sala y otro médico viene a decirme que una madre ha oído que estamos aquí y me ha pedido que venga y hable con su hijo adulto.
Ella piensa que el tener a la BBC aquí podría ser suficiente para despertarlo. Ella mira expectante. Yo sabía que iba a decepcionarla.
Es de Georgia y no habla hebreo, pero a través de una traductora me dice: «He estado aquí todos los días y todas las noches durante once años».
Parece que su hijo está dormido, pero él también está inconsciente después de un paro cardíaco.
Al lado de la cama hay un colchón doblado contra la pared, junto a varias bolsas gigantes de la compra, una pequeña nevera y una cafetera.
Aunque ella no habla el mismo idioma que el personal médico ha convertido la sala en su casa.
Ahora vive junto a la cama de su hijo y su hija que trabaja en una tienda cercana también le visita a menudo. Su madre está decidida a no abandonar la cabecera de la cama en caso de que se despierte.
Como Hava, continúa junto a la persona que ama. Hava dice que la experiencia le ha cambiado.
Ella ha aprendido a vivir el día a día y tiene un consejo para mí, «No puedes vivir tu vida en el futuro. Haz lo que tengas que hacer ahora y no más tarde».