Por: Ramón Antonio Veras.
Para la especie humana, la vida carece de sentido, si no hay empleo enérgico de la fuerza o del ánimo, para conseguir un fin en provecho de la mayoría de los que componen la sociedad.
Una vez el hombre o la mujer es consciente del compromiso social que asume y sus consecuencias, debe demostrar tenacidad en la realización y continuación del objetivo que persigue con su accionar.
Asumir la responsabilidad de luchador social, entraña la obligación de estar presente en cada momento que sea necesario encargarse de obrar para modificar, o de cualquier forma cambiar lo que constituye un obstáculo para el desarrollo social.
Allí donde impera un estado de desigualdad que perjudica a la generalidad de la población, está fuera de toda lógica comportarse ineficaz, en un inútil incapaz de crear lo nuevo, ni mucho menos pensar en el futuro.
En un país como el nuestro, cargado de pesares materiales y espirituales de todo tipo, las faltas cívicas y ciudadanas se pasan por alto, no se sancionan legal ni moralmente. Se actúa compasivo ante el violador y el indiferente.
En muchos de nuestros conciudadanos, observamos ausencia de energía e interés por los problemas que lesionan a la mayoría de la comunidad dominicana. Se nota apatía, dejadez, como un dejar que todo siga igual, razonando que entre peor mejor.
Sin gran esfuerzo se advierte en una gran parte de dominicanos y dominicanas, la pérdida o ausencia de sensibilidad, de compasión ante las desgracias ajenas. La aspereza y la brutalidad están en la conciencia de quienes en nada valoran el hecho de portarse con sentimiento de humanar.
Desdice del sentir humano de la mayoría de un país, cuando convierte en una habitualidad no ayudar a la persona física en peligro o en estado de necesidad, para aliviar su situación, auxiliarla ante la desesperación. Desamparar, dejar sin protección a la víctima de un accidente automovilístico, es señal de ser despiadado.
Si es una falta de humanismo, no socorrer a quien se encuentra en estado de calamidad, constituye una acción propia de salvajes, una salvajada, desvalijar, saquear a un ser humano que se está muriendo.
En las autopistas y carreteras del territorio nacional dominicano, ya es una costumbre, a las víctimas de accidentes automovilísticos que se encuentran agonizantes, desvestirlas para robarles indumentaria y dinero.
Lo que aquí está ocurriendo con las víctimas de accidentes y el desvalijamiento, se ha convertido en una habitualidad de la nueva vida dominicana. Esta práctica deshumanizante resulta totalmente extraña a la generación de mujeres y hombres de la cual el suscrito forma parte.
Si combinamos lo que les ocurre a los lesionados en accidentes en las carreteras y autopistas del país, con la acción cruel y criminal que encierra lanzarle ácido del diablo en la cara de una mujer, con esta conexión endiablada se evidencia que estamos compartiendo con desalmados que disfrutan haciéndole daño a los demás y viendo su sufrimiento en situación de agonía.
Sin darnos cuenta, así por así, como si nada, poco a poco, como quien no quiere la cosa, estamos aceptando convivir con ese espécimen obstinado que lleva a cabo la maldad como una acción que le causa placer. El protervo está siendo aceptado como un bondadoso cualquiera.
Para comprender que estamos compartiendo con personas que muy bien han asimilado la moral y ética de una sociedad humana averiada, basta con tomar en consideración la naturaleza espeluznante; el miedo grandísimo e intenso que motivan los crímenes que a diario ocurren en nuestro país.
De la misma forma que para saber si el cuerpo de un ser humano tiene alguna afección, basta con tomarle una gota de sangre, la sociedad da demostración de estar dominada por taras sociales, dando a conocer una limitada selección de las acciones criminales habituales. Un muestrario del crimen en el ambiente dominicano, locaracterizan sicariato, secuestro, tortura, pandillas motorizadas, desvalijadores de las víctimas de accidentes automovilísticos y el hecho de lanzarle a las mujeres en su rostro ácido del diablo.