Por: Ramón Antonio Veras.
El trajinar al galope por alcanzar la solución de los problemas que afectan al país me ha llevado a comprender lo que es ese laboratorio social identificado como sociedad dominicana, en la que por accidente me ha correspondido vivir y, de igual manera, he aprendido cómo se ha modificado de un período a otro el actuar de mis connacionales.
Tengo la suerte de haber vivido más de ocho décadas, lo que me ha permitido conocer algo de lo que es el proceder del ser humano, y percatarme del cambio operado en su conducta.
La COVID-19, me ha permitido ver la desesperación de algunas personas que han sido contagiadas, y el esfuerzo de los médicos por salvarlas. Ante el desánimo de víctimas del virus ha aparecido la mano solidaria de asistencia y ayuda.
Ante el enfermo consternado, ha estado presente aquel que le trae esperanza con sus consejos y la aplicación de la medicina salvadora. Ese que al contagiado de la COVID-19, le ha dado ánimo y motivado entusiasmo, me ha hecho recordar a los médicos que en el pasado conocí y me trataron hace muchos años, y ahora rememoro.
El objetivo de exponer algunas consideraciones con relación al trato compasivo propio del galeno del pasado, es destacar que la bondad debe ser parte consustancial de quienes hacen de la medicina un sacerdocio.
Aquel que no se siente bien en su organismo es merecedor de un médico que trate y quiera al enfermo como la persona que se le ha entregado resignada para que le devuelva su salud con conocimientos y la adecuada utilización de medicamentos.
Ese ser humano convaleciente que desesperado se debate entre la vida y la muerte, necesita encontrarse con el facultativo que le asista como semejante, y no como un contrario. La comprensión y la solidaridad deben ser colocadas en primer orden por quien merece ser identificado como profesional de la medicina.
La persona que acude al médico porque se siente afectada de alguna dolencia, quiere encontrarse con un ser humano que le demuestre buen cuidado y trato agradable en procura de sanarla. A veces, la angustia del enfermo se le calma o elimina hasta con un grato consejo que escucha con la dulce voz de su facultativo.
El proceder de los galenos sirve como remedio al que busca salud. No es lo mismo el actuar ceñudo, que el agradable; quien se siente algún malestar, se alivia si es tratado con afabilidad, pero se le agrava por la intervención áspera.
Aquel que está aquejado por alguna dolencia, desea encontrarse con el galeno que le corresponda con espíritu de hermanar para así tranquilizarse. La afinidad, el calor humano en la consulta obra como sustancia aromática que llega al organismo entero.
El enfermo cree que ha sido bendecido cuando se encuentra con el médico que le demuestra preocuparse por su quebranto buscando la forma de sanarlo. El auxilio sincero le llega al que está quebrantado como expresión de altruismo de parte de quien cree que asistiendo al indispuesto hace obra de bien y cumple con una función social y humanista.
La condescendencia, la cordialidad y el humanitarismo son condiciones necesarias en el proceder del médico ante el paciente, y deben acompañar a la generalidad de los graduados de esta época en las ciencias médicas, y reúnan así las virtudes para ejercer la medicina.
Nuestros galenos no son entes sociales extraños al orden social actual, por lo que además de los fundamentos de los conocimientos de las materias relacionadas con su disciplina, se impone que aprendan a compadecerse, condescender y humanarse.
No es difícil adherirse a quien sufre dolor cuando se tiene el criterio de que la enfermedad crea aflicción en el paciente. Tratar con carácter un quebranto es normal, moral y ético en las actividades de los galenos responsables.
El médico debe estar condicionado para la fraternidad, que debe estar unida a la mayoría de los integrantes de la comunidad dominicana. Un medio social como el nuestro fundamentado en la desigualdad de oportunidades, necesita de clínicos que motiven empatía y apoyo caluroso.
Los médicos que en el pasado me hicieron diferentes intervenciones quirúrgicas, no eran santos ni demonios. Pura y simplemente, seres humanos formados en otra época, con un concepto puramente humanista de la medicina que llegaron a ella por vocación.
Aquellos médicos que anteriormente conocí en su consultorio o en el quirófano, me demostraron ser hombres de bien; de buen corazón; sanos sentimientos, que habían recibido en sus hogares una conducta ajustada a peso y medida de la bondad y fina amabilidad.
Particularmente yo, que en los últimos años he hecho de las clínicas mi segundo domicilio, puedo testificar que soy un suertudo porque me ha correspondido ser paciente de doctores y doctoras, que me han hecho rememorar el proceder y trato de los médicos de antaño, porque he sido considerado como paciente y no como un cliente.
De mis médicos valoro mucho sus condiciones humanas, sentido de responsabilidad y capacidad profesional. En los últimos tiempos, las veces que he estado afectado, he permanecido tranquilo porque sé que estoy bajo el cuidado de profesionales de la medicina que la ejercen con sentido de compromiso personal, profesional y también social.
En el curso de mis reiterados quebrantos, la dicha me ha acompañado porque en los centros hospitalarios donde he estado interno, he sido asistido por médicos que son hijos o nietos de algunos de los galenos que en mi juventud ejecutaron las intervenciones quirúrgicas de que fui objeto y a las cuales ya he hecho referencia.
No escapa a mi conocimiento que es sumamente engorrosa la situación en que se encuentra el profesional de la medicina de hoy, partiendo de lo que es la sociedad dominicana actualmente, porque el medio le exige al galeno que mantenga un estatus social de alto nivel, pero el sistema no se lo proporciona. Dependiendo de su especialidad, tiene que moverse bajo un estado de ejercicio desesperado, o atrapado económicamente por las deudas que genera la adquisición de costosos equipos de alta tecnología indispensables para su accionar profesional.
Este escrito procura reconocer los esfuerzos que en su generalidad han hecho los profesionales de la medicina, tanto en el sector público como privado, en su afán por hacerle la existencia menos dolorosa a quienes han sido víctimas de la COVID-19. Con sus altas y sus bajas, los galenos del país han hecho lo que dentro de sus posibilidades ha estado a su alcance, y este comportamiento no se le debe regatear.