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martes, enero 7, 2025
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Expresidente Jimmy Carter, un demócrata ganador del Premio Nobel de la Paz

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La vida que Jimmy Carter tuvo después de ser presidente de Estados Unidos opacó la que había tenido durante los cuatro años que ocupó la Casa Blanca.

Se convirtió en un diplomático sin cartera, en un negociador nato, en un constructor de la paz mucho más efectivo en los 42 años que pasaron desde que se alejó de Washington que en su relativamente corta carrera política, más allá de que estando en el poder consiguió éxitos extraordinarios como la firma de los históricos acuerdos de Camp David entre Egipto e Israel o el Tratado del Canal de Panamá.

El ex mandatario murió este domingo a los 100 años en su casa de Plains, según le confirmó su hijo al diario The Washington Post.

Nació y se crio en una plantación de maní (cacahuetes) en Plains, Georgia, el “sur profundo” de Estados Unidos, marcado hasta hoy por la secregación y el odio racial. Precisamente él se crió junto a los hijos de los trabajadores del campo, con un padre que ganó muchos enemigos por ser un bautista convencido que trataba con dignidad a sus empleados negros y una madre, enfermera, que lo introdujo en la lectura.

Su sueño era ser un oficial de la Marina de uniforme blanco. En ese entonces, sólo los hijos de la elite del noreste estadounidense entraban a esas escuelas militares. Estudió ingeniería en el Instituto Tecnológico de Georgia hasta que su padre consiguió el contacto político que lo llevó a la Academia Naval de Annapolis, donde fue uno de los primeros graduados especializados en submarinos nucleares. En 1946 se casó con la mejor amiga de su hermana, Rosalynn Smith, quien lo acompañó, aconsejó y contuvo en todos sus emprendimientos durante 77 años.

Finalmente abandonó la carrera militar para regresar a dirigir la plantación familiar. Una vez que enderezó los negocios se lanzó a la política. Se convirtió en un demócrata activista que se oponía a la segregación racial y apoyaba el incipiente movimiento por los derechos civiles. De 1963 a 1967, Carter ocupó un escaño en el Senado de Georgia y fue elegido gobernador en 1970.

Cuando asumió, lanzó en su discurso: “Les digo con toda franqueza, que el tiempo de la discriminación racial ha terminado. Ninguna persona, sea pobre, campesina, débil o negra debería tener que soportar la carga adicional de ser privado de la oportunidad de una educación, un puesto de trabajo o la justicia”. Enojó a muchos racistas de su estado, pero logró atención nacional.

Viajó más de 50.000 kilómetros, visitó 37 estados y pronunció más de 200 discursos antes de que otros candidatos hubieran anunciado que estaban en la carrera por la presidencia.

Con su acento de sureño bautista y sus mensajes religiosos contra la hipocresía y la corrupción en Washington ganó tanto la nominación de los estados del sur como de los cristianos del norte. Sorpresivamente obtuvo la nominación de su partido e hizo una campaña asegurando que él no le mentiría “jamás” al pueblo americano.

Un mensaje clave después de la debacle de Richard Nixon y el perdón a los corruptos de su sucesor Gerald Ford. Carter ganó el Despacho Oval por 297 votos electorales frente a los 241 de Ford.

Fue una campaña muy particular que convirtió a ese hombre sobrio, cristiano, al que nunca se le volaba ni un mechón de pelo, en el presidente rockero. Varios de los más famosos de rock de los setenta le dieron su apoyo.

Él mismo contó que Allman Brothers Band lo salvó de la bancarrota cuando su campaña tenía una deuda de 300.000 dólares. Gregg Allman organizó un recital en el que recaudó 64.000 dólares y llamó a varios de sus amigos, desde Bob Dylan hasta los integrantes del supergrupo Crosby, Stills, Nash and Young, que contribuyeron con el resto.

Una vez en la Casa Blanca, Carter se enfrentó a una realidad muy dura de la que salió escaldado y con algunas medidas muy controvertidas. Aunque la coincidencia entre los historiadores es que por sobre todo fue “un incomprenido”.

Asumió el 20 de enero de 1977 diciendo algo que nadie quería escuchar en Washington: “Hemos aprendido que más no es necesariamente mejor, que incluso nuestra gran nación tiene sus límites reconocidos, y que no podemos contestar todas las preguntas ni resolver todos los problemas.” Había prometido terminar con la “presidencia imperial” impuesta por Richard Nixon y el primer día en la Casa Blanca redujo un tercio del personal que lo asistía. También ese día amnistió a todos los que se habían negado a hacer el servicio militar en Vietnam.

Sus dos primeros años de gobierno fueron una época de continua recuperación de la grave recesión de 1973-1975, que había dejado la inversión en capital fijo en su nivel más bajo en una década y el desempleo en el 9%. Los otros dos años estuvieron marcados por una inflación de dos dígitos con unas tasas de interés muy altas, la escasez de petróleo y el bajo crecimiento económico. Fue cuando lanzó una campaña para hacer al país menos dependiente de la gasolina.

Se convirtió en el primer líder global en hablar de la necesidad de reducir el consumo de combustibles fósiles. Mandó a colocar paneles solares en la Casa Blanca y hasta dio discursos a la Nación pidiendo a los estadounidenses que se abrigaran más dentro de sus casas para evitar usar la calefacción. Otra vez, no era algo que quisieran escuchar personas acostumbradas al despilfarro del consumo y movilizarse en grandes vehículos por un vasto territorio.

“Carter, para su perjuicio político, nos dijo lo que necesitábamos oír, no lo que queríamos oír. ¿Quién quiere un presidente que nos diga que la forma de reducir nuestra dependencia del petróleo extranjero es bajar el termostato, ponernos un jersey y aprovechar la energía del sol cuando podemos tener uno que nos diga alegremente que su elección anunciará milagrosamente “un nuevo amanecer en América”?”, escribió Barry Sauders, periodista del Atlanta Constitution y el Charlotte Observer, que lo entrevistó varias veces.

El punto culmine de esta actitud más de predicador que de político llegó con su famoso “discurso del malestar”, una diatriba sobre la falta de confianza que había ganado a los estadounidenses tras los asesinatos de John y Robert Kennedy y Martin Luther King, la guerra de Vietnam y el Watergate.

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