En marzo de 2011, un encuentro casual entre dos mujeres de mediana edad que habían dedicado buena parte de su vida a la ciencia básica cambió la historia sin que nadie fuese consciente de ello. Sucedió en un café de San Juan de Puerto Rico, cuando la bióloga molecular estadounidense Jennifer Doudna consiguió que un colega le presentase a una mujer delgada, elegante y solitaria que estaba allí sentada: la también bióloga molecular Emmanuelle Charpentier. Se cayeron bien y en cuestión de horas sellaron un acuerdo para colaborar en sus investigaciones. El resultado, un año después, fue el descubrimiento del sistema CRISPR, una molécula que permitía modificar a voluntad el genoma de cualquier ser vivo del planeta Tierra. Nunca antes la humanidad había tenido un poder tan grande y accesible para cambiar a voluntad el código de la vida.