Después de más de 170 audiencias judiciales y un complejo proceso de extradición desde los Estados Unidos, Alejandro Toledo Manrique fue condenado a prisión este lunes por el caso Lava Jato.
El Poder Judicial sentenció a 20 años y seis meses de cárcel por los delitos de colusión y lavado de activos al hombre que a inicios de este siglo encarnó el retorno a la democracia y lideró las marchas que se trajeron abajo al régimen fujimorista, capitalizando sus rasgos andinos para erigirse como el heredero del inca Pachacútec.
En julio de 2001, en su primer día como mandatario, Toledo juramentó simbólicamente en la Fortaleza de Sacsayhuaman, en el Cusco, tal y como lo hacían los incas en la época del Tahuantinsuyo, luego subió hasta las alturas de Machu Picchu y, en medio de un aura mística, dijo con histrionismo: “Vengo a pedirte, Cusco milenario, fuerzas para tumbar el desempleo y la pobreza en el Perú, ya no para tumbar una dictadura”.
Dos décadas después, aquel heroísmo de Toledo se ha hecho polvo, y su destino, como el de otros jefes de Estado que cayeron en las garras de la corrupción, será pasar sus últimos días tras los barrotes.