Por Narciso Isa Conde
En Nicaragua gobierna el Frente Sandinista de Liberación Nacional-FSLN, continuador y heredero de la tradición antiimperialista de Cesar Augusto Sandino, vanguardia guerrillera e insurreccional del pueblo nicaragüense.
Al finalizar la década de los 70, el FSLN logró la hazaña de desmantelar la tiranía somocista sustentada por EU y por la oligarquía capitalista local, rescatar la soberanía conculcada e iniciar una revolución social, apoyada en fuerzas militares propias y en un pueblo movilizado.
No voy aquí a hacer la historia de las vicisitudes de ese proceso que dura ya más de 40 años, pero sí debo destacar que desde entonces el imperialismo estadounidense se ha propuesto, persistentemente, con todo el odio y la saña de lugar, aplastar la autodeterminación de Nicaragua y la vocación del sandinismo por la justicia social y el desarrollo independiente.
Tal despliegue contrarrevolucionario ha incluido modalidades de agresión como las guerras de baja y mediana intensidad (Operación Irán-Contra), y las guerras de cuarta y quinta generación; estas últimas modalidades actualmente en boga.
En periodos recientes, EEUU exhibe la agresividad propia de un imperialismo pentagonizado y en progresiva y brutal decadencia… como lo evidencian los diferentes capítulos y modalidades de su guerra global infinita contra la humanidad: Irak, Palestina, Afganistán, Libia, Siria, Yemen, Cuba, Venezuela, Bolivia, Ucrania-Rusia…Ahora con una SÚPER OTAN con jurisdicción planetaria.
El poder imperialista estadounidense ha convertido la política en GUERRA y ha desarrollado una guerra no declarada contra el gobierno y el sistema político-institucional nicaragüense, que preside Daniel Ortega; quien gestiona el Estado a través de una alta concentración de poder personal, vía sucesivas reelecciones, que ha anulado el principio de la dirección colectiva que dio origen al FSLN.
En el caso de Nicaragua, la hostilidad criminal del poder imperialista, en lugar de debilitar la concentración de poder y revertir tendencia a un modelo político antidemocrático, la ha reforzado hasta conformar un Poder Ejecutivo integrado por la pareja matrimonial-presidencial Ortega-Murillo, ambos con méritos históricos y no pocos adherentes en la corriente sandinista. Daniel, además, con un fuerte apoyo militar.
En el curso de tan prolongada, accidentada y difícil resistencia antimperialista, es evidente que el FSLN, que nunca fue una fuerza homogénea, ni contó con un liderazgo carismático unificador, ha sufrido desprendimientos, pérdidas y degradaciones que han influido en sentido inverso a la democracia popular e integral alternativa al liberalismo burgués que inicialmente promovía.
La mezcla de un electoralismo con fuerte impacto estatal e intensa gravitación política del binomio presidencial, gravita con fuerza en el sistema político-electoral nicaragüense, que sigue bajo fuego imperialista.
Siempre he dicho -sin dejar de reconocer el valor del antiimperialismo de Daniel Ortega, del gobierno y del Estado que dirige- que no comparto ese modelo político. Mi utopía como sueño a realizar, es otra cosa: es la progresiva socialización de la propiedad, la economía y el poder; es decir, el máximo de democracia posible –y hasta hacer posible lo imposible- en cada fase del proceso transformador en nuestro país y en el mundo.
Pero eso, claro está, no mella en lo más mínimo mi solidaridad antiimperialista para con la Nicaragua agredida por el imperio.
En la confrontación del sandinismo actual con EE. UU, que llegó a su punto más alto y peligroso a raíz de la revuelta fabricada y potenciada desde el PENTÁGONO, la CÍA y el Departamento de Estado en el mes de abril del 2018, no vacilé en respaldar la valiente resistencia del pueblo y del gobierno sandinista. Y me alegré de su victoria. Lo otro hubiera sido catastrófico.
Esa confrontación de alguna manera se proyecta al actual y penoso conflicto con la Universidad Centroamericana, el cual vamos analizar más adelante.