La angustia y desesperación dominaban los días de Karen y Margarita. Ambas desconocían su diagnóstico y vivieron estos últimos años con “el depredador” en sus cuerpos. Fue silente por años, mientras las consumía poco a poco y se disfrazaba, haciéndolas ver “más bellas”.
Karen Báez Noboa no buscaba tener senos más grandes. En 2009, tras haber dado a luz entró al quirófano para realizarse una abdominoplastia, liposucción y levantamiento de senos, con deseos de una mejor silueta. Sin embargo, su médico le recomendó implantes mamarios, específicamente unos 260cc de silicón texturizado, para mantener la forma por más tiempo.
Todo iba bien en la vida de la dominicana, quien es chef profesional y trabaja para una compañía de parques en Orlando, Estados Unidos, hasta que comenzaron a presentarse los síntomas progresivamente. Llegó a tener 21 síntomas.
“Me empezaron todos los síntomas hace como cinco o seis años. Pero, eran cositas aisladas. Me daban muchos dolores en las articulaciones, migrañas y desarrollé artritis reumatoide”.
Otras sintomatologías que presentó fueron fatiga crónica, insomnio, pérdida repentina de peso e infecciones recurrentes, en la garganta y de orina. Así como también, caída del pelo y pérdida de la memoria.
Agrega: “Desarrollé fibromas en el útero, miomas en los ovarios, piedras en la vesícula, visión borrosa ampliada, inflamación generalizada y dolores musculares generalizados”.
Se inyectó metales
En enero de este año, Báez recibió la tercera dosis contra el coronavirus, lo cual provocó un volcán en su cuerpo. Confiesa que los síntomas se intensificaron y que cada día pensaba que perdería su vida.
“Los implantes de silicón contienen más de 50 metales pesados diferentes y la vacuna del covid por su conservación también tiene metales pesados…”.
“Yo estaba muerta en vida”, afirma Báez con voz fuerte.
Cuenta visitó una larga lista de especialistas, hasta que fue diagnosticada con fibromialgia. Esta prescripción se produjo por descarte, al no dar con la diagnosis exacta.
Más tarde se dio cuenta por sí sola de que todos sus cambios se debían al síndrome autoinmune/autoinflamatorio inducido por adyuvantes (ASIA, por sus siglas en inglés).
Este síndrome es un conjunto de condiciones que son el resultado de una respuesta inmune (hiperreactividad) a objetos externos como los implantes, explica la cirujana plástica Gianna Ramos.
La especialista indica que es poco común, ya que afecta aproximadamente de 2 a 5 % de las pacientes con implantes y que los efectos adversos de los adyuvantes en humanos se relacionan en ocasiones con manifestaciones autoinmunes.
Resalta, además, que el cuerpo siempre reacciona a cualquier objeto extraño formando una cápsula de tejido fibroso de colágeno alrededor de este, buscando aislarlo del cuerpo.
Daños permanentes
A Margarita los implantes no solo se provocaron los mismos síntomas que a Karen, el síndrome de ASIA le incrementó la aparición del síndrome de Sjögren, una enfermedad en la que el sistema inmunológico del cuerpo ataca a sus propias células saludables que producen saliva y lágrimas.
Entre los síntomas que le indicaban que su salud se estaba deteriorando estaban verse inflamada a diario, con la cara roja, dedos “como salchichas” y ojos alterados. El cansancio, la “niebla” mental y caída de pelo se alojaron en su cuerpo y no se fueron por años.
“Mi cuerpo estaba rechazando todo lo que venía de mí. Hoy en día, haciendo una retrospectiva, mi primer embarazo casi lo pierdo. Mi cuerpo rechazaba eso también, al rechazar los implantes mi cuerpo se inflamaba”, comenta.
¿Por qué se operó?
Al cumplir cuarenta años, Margarita era una mujer activa y económicamente estable para realizarse el aumento de senos. No obstante, afirma que el principal empuje para llegar al quirófano fueron las personas con las que se rodeaba. Fue influenciada.
“Yo estaba en un ambiente donde las ‘amigas’ se habían hecho los senos y me dejé embobar”.
Duró ocho años con sus implantes, les encantaban tanto a ella como a su esposo, comenta con una carcajada. Aunque su cuerpo comenzó a cambiar años después. Visitó un médico general y varios reumatólogos, quienes diagnosticaron a priori que padecía estrés, lupus, rosácea o cirrosis hepática.
Lo bonito superaba el dolor
Margarita se acostumbró al dolor. Pensaba que era natural vivir con dolor, y ya lo veía como algo “normal”. Además, no pensó en retirar los implantes, porque lucía unos senos muy bonitos, pero se fueron incrementando los problemas. Su prótesis izquierda se encapsuló y el dolor era tan intenso que la llevó a tener que darse varios masajes.
“Llegué a pensar que tenía cáncer de seno, porque yo iba mucho al médico, siempre tenía un tema con los senos, un dolor o algo así. Habían quistes, nódulos y bolitas de grasa”.
Entre el porcentaje de las afectadas
Les tomó tiempo descubrir lo que sucedía con sus cuerpos. En el caso Margarita, al final de su recorrido médico de un año, dio con una reumatóloga que le afirmó que el retirar los implantes le ayudaría en un 60 % o 70 % y eso fue suficiente para tomar la decisión.
Lo conversó con su esposo y programó una consulta con la misma persona que le realizó la cirugía, quien mostró entera disposición y profesionalismo para realizar el retiro. En cuestión de días volvió al quirófano. Han pasado tres años y confiesa que su vida cambió al instante.
Por su lado, Karen, quien tuvo su explantación hace menos de un mes, se percató por un video de Instagram que era víctima de este mal. Navegaba por la red social hasta que llegó a un audiovisual del doctor colombiano Alan González, experto en el retiro de prótesis, y comenzó a investigar sobre el tema.
En el perfil del doctor se encuentra con el testimonio de la actriz Angeline Moncayo, de la telenovela “Sin senos no hay paraíso”, quien más adelante se convirtió en su coach y le dio una asesoría en el tema.
En su búsqueda por el Internet y antes de conversar con la actriz, Báez llega al documental “Tetas grandes”, en el que Moncayo cuenta todo su trayecto y sufrimiento por los implantes. Al verlo junto a su esposo coincidían en que las similitudes eran demasiadas y, sorprendidos, por fin respiraron en paz al descubrir lo que ella tenía.
“Eso (el documental) fue un despertar, ahí fue que yo me enteré qué era lo que realmente tenía, empecé a buscar, y realmente cuando veo todos los criterios para el síndrome de ASIA es que yo digo: esto es lo que tengo. No hay que hacer nada más, tenemos que sacar los implantes”.
Llegó el día y luego de dos horas y media, salió del quirófano siendo la misma Karen de ocho años atrás. Dice que a pesar de haber pasado por un procedimiento quirúrgico, sentía su mente clara e incluso la inflamación en su rostro había disminuido.
Al retirarlos, uno de sus implantes estaba cubierto de una capa de tejido. “El cuerpo es tan maravilloso. Y Dios hizo el cuerpo humano tan perfecto que tratando de protegerme de un cuerpo extraño, él me cubrió como una cárcel”.
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Ambas coinciden en que si tuvieran la oportunidad de regresar el tiempo nunca se habrían operado y agradecen haber descubierto qué era lo que sucedía con sus cuerpos. Añaden que la explantación les devolvió la vida y que ahora más que nunca se aman tal y como son.